aEstaba quieta ante mí, subida en ese cajón que ahora, era para mí el mismísimo pedestal de Venus, y su cuerpo me susurraba... bajito: "tócame... tócame"
Me acerqué sonriendo. En el espejo mi cara se iluminaba al ver su alegría y mis manos rozaron sus caderas.
La tela caía pesada estilizando su figura, caderas entalladas, cintura estrecha. La espalda del traje desabrochada me dejaba ver los contornos de su cuerpo. Era estilizada, delgada, marcando su musculatura incluso desde atrás, digna de ser estudiada.
No lo dudé. Solté sin preguntar el broche del sostén y al soltarlo vi cómo con un acto reflejo se llevaba la mano a su pecho para sujetar la prenda.
— Déjala caer — le dije sin darle importancia a mi perturbador pensamiento, a mi deseo de ver sus pezones libres de aquella prisión.
Me hizo caso. Soltó su mano y su delicada ropa interior de encaje calló al suelo para mí... para que yo la recogiese.
Descubrí un instinto fetichista al verlo en el suelo, era diferente, de mil colores a la vez, como si estuviera desteñido aposta y repintado o... !!Madre MÍA¡¡... quería tocarlo, y así lo hice, disimulando como si fuera a guardarlo. Disfruté de mi perversión. Estaba caliente y era de mi talla y me imaginé ese calor aun residente de su cuerpo en mí.
— Te lo guardo dentro — dije sabiendo que estaba mintiendo.
Nada más salir de aquella habitación me lo puse. Me quité rápido mi camiseta y mi sujetador en el mismo vestidor donde ella se había desnudado segundos antes para probarse el traje. Cerré los ojos... y sentí su latido en aquella ropa. Aplasté aquella tela con mis manos, como si fuera su pecho lo que yo tocaba y fueran sus manos las que me aprisionaban a mí. Mi corazón latía como si fuera a estallar y volví a entrar con la camiseta medio enganchada en mis prisas.
Ella seguía allí, con el pecho al aire. Sus pezones se habían endurecido, seguramente por el frío, o quizá mirándose al espejo se habría pellizcado para que yo la viese así de guapa. Si... seguramente era eso, me quería provocar y lo estaba consiguiendo.
Como si no la deseara seguí pinchando aquellos alfileres, entallando su tela, apretando su carne y aprovechando cualquier escusa para introducir mis dedos entre la tela y su cuerpo. Su piel era cálida y suave, tostada por alguna endiablada máquina de rayos ultravioleta y que la hacían aún más atractiva. Y llegué a la altura del pecho.
— Deberíamos dejar visto tu pecho. Es precioso — le dije dando un paso hacia atrás para poder mirarla sin disimulo.
— ¿tu crees? — contestó.
Madre mía, aquellos pezones pequeños, duros como piedras apuntándome y sus manos acariciándolos. Me habría abalanzado sobre ellos sin dudarlo.
— Veo muchos cuerpos de mujeres... te aseguro que tienes uno de los cuerpos más bonitos que he vestido. Pero es que además te mueves muy bien.
Empezó a contonearse sobre el cajón, bailando para mi. Su sonrisa era nerviosa, no por estar bailando, sino por no saber encajar un piropo así. Pero desbordaba alegría.
— AHHHH! — exclamó al llegar casi al suelo al agacharse con uno de esos movimientos.
No había que ser muy observadora para darse cuenta de que se había clavado bien profundo un alfiler.
— Espera, espera. No te muevas. Que te vas a hacer más daño. Se te ha clavado un alfiler.
En vez de quejarse, estaba más preocupada por si la tela se manchaba de sangre que por su dolor. Y yo, mientras, no sabía exactamente dónde se le había clavado. Decidí ser más rápida que cuidadosa y de un tirón, prácticamente solté todo mi trabajo. La tela se fue al suelo. De su costado, casi llegando a la cintura salía sangre. Roja intensa... en contraste con su piel. Casi desnuda, un simple tanga semitransparente me impedía ver su sexo, pero tampoco lo necesitaba para imaginar su tacto en mi mano.
La llevé corriendo al lavabo que tenía al otro lado del pasillo y la senté en el taburete para esterilizar rápidamente la herida. Remangué mi falda y me arrodillé ante ella para poder curarla bien. Sus piernas desnudas ante mí y un precioso tanga blanco de encaje ante mi, las piernas algo entreabiertas, aunque me mostrase sobre todo el costado de sus piernas, donde se había clavado aquel alfiler. Una pequeña herida mostraba cómo unas gotas de sangre salían. No era sólo el pinchazo, un raspón fuerte dibujaba una línea roja en su piel blanca.
Tomé el agua oxigenada y empecé a curar su herida. Mis manos rodeaban su muslo. Era una pierna esbelta, de carne joven y apretada, fuerte. Cuidada y a la que claramente habían mimado con ejercicio desde tiempo atrás. La piel por el contrario era delicada, sutil, perfectamente depilada... suave. Miraba mientras hablábamos las transparencias del tanga. Su sexo se podía entrever. Una línea de vello perfectamente delineada sobre su partido cuerpo dividía también el precioso y abultado monte de venus que atraía mi atención y mi deseo... me estaba excitando tanto imaginar que me hundía entre la firmeza de aquellos muslos que no me di cuenta de la torpeza que estaba cometiendo...
Y no fue la forma de curarla o que se notase que la miraba más a su cuerpo que a la herida. Mi torpeza fue que llevaba puesto su sujetador y que agachada ante ella, con una camiseta como la que yo llevaba, era imposible que no me viera, y con un sujetador tan diferente, no podía ser una coincidencia. Cuando me di cuenta de que me estaba mirando bajo la camiseta, lo supe. Sus pupilas de dilataron y su respiración cesó. Me sentí morir. La miré fijamente a los ojos y me devolvió una mirada que estaba más cercana al miedo que a otra cosa.
Me eché a llorar. Se que no es normal, pero no pude evitarlo.
— Lo siento, lo siento. Qué vergüenza... Dios mío, qué vergüenza. — realmente no sabía donde meterme o cómo explicar algo así.
— No lo entiendo, pero tranquila; no pasa nada — me dijo poniendo una mano sobre mi barbilla y levantando mi mirada hacia la suya.
— Nunca en mi vida había hecho algo así. Lo siento — me quité la camiseta mientras me disculpaba y solté con rapidez su prenda de mi cuerpo lo más rápido que pude — te la lavo en un segundo... es que nunca, te lo aseguro — proseguí — pero al verte, desnuda, tan guapa, tan atractiva, tan en forma, tan sexy... lo siento. No tenía que haber hecho algo así, pero quise sentirte. Es una tontería, pero parezco una loca. Lo siento. Entenderé que no quieras volver. Te devolveré la entrada del traje y... no se, llévate la tela.
— A mi... a mi... nunca me había pasado algo así, y la verdad, no soy tan guapa, no lo creo, pero... — apretó sus labios entre sus dientes — no voy a irme a ningún sitio, quiero que acabes lo que has empezado porque me gusta cómo eres y lo que haces. Y... y tu sinceridad. Ha sido lo más raro que me ha pasado en la vida, pero tampoco nadie me había dicho nunca algo tan... no se...
— ¿ridículo? — me anticipé.
— NO!!. Tan... EMOCIONANTE.
La miré extrañada. Su expresión ya no era de miedo, al contrario, era dulce, cómo si hubiera recibido un regalo en vez de un... no se ni cómo definir lo que hice.
— ¿emocionante? — pregunté
— Hace ya un tiempo descubrí que la vida está compuesta por momentos, momentos especiales y experiencias que luego forman tus recuerdos, pero que sobre todo nos hacen como somos. Y me gusta VIVIR. Y nunca habría soñado con algo así: Estoy prácticamente desnuda en el baño de una modista un poco "loca". Me está curando una herida por haberme clavado un alfiler que debía tener un metro de largo. Y consolándola por desearme como nadie me ha confesado, al menos no así.
Mi llanto remite pero mi respiración sigue entrecortada. No se qué hacer o qué decir. Me tapo mi pecho con la camiseta, me siento desnuda.
— Déjalo caer.... — me dice — ¿no me lo dijiste así?
Antes de que pudiera entender demasiado qué me quería decir, vi cómo sus manos cogían mi camiseta y la tiraban con delicadeza al suelo. Estaba arrodillada aún ante ella y ella empezaba a recorrer con sus dedos mi cuerpo y mi cara. No podía estar pasando aquello. No entendía nada.
— Nunca he besado a una mujer... pero ahora mismo... me apetece — prosigue mientras recorre mi labio inferior con unas uñas largas y delicadamente pintadas de rojo... rojo como su sangre.
Mi piel se erizaba y mi pecho se endurecía, mis ojos se llenaban de deseo e incomprensión y mi cuerpo se estremecía entre escalofríos... uno detrás de otro, como si un flujo de energía subiese por la espalda y bajase desde mi cabeza por mi pecho y hasta mi sexo. Una y otra vez... una y otra vez.
Mis manos se apoyaron sobre sus rodillas, la tela aún remangada su sexo ante mis ojos de nuevo, pero esta vez era ella la que se exhibía ante mi.
Mis ojos volaban de su sexo a sus ojos y volvían a su sexo que se movía con ligeros movimientos de sus piernas, como si mecieran su sexualidad, como si despertasen sus ganas de ser... AMADA.
Su mano derecha bajó a mi pecho y lo rodeo con delicadeza. Me estaba tocando de una forma diferente a como me habían tocado hasta ahora. Era curiosa, detallista, minimalista diría incluso por la suavidad y la búsqueda de cada detalle, de cada pliegue de mi pezón o de cada bolita que la aureola que cada vez yo sentía más y más endurecida.
Me erguí un poco para llegar con mis labios a la altura de los suyos mientras mis manos devolvían las caricias a su pecho. Y con el primer roce un pequeño gemido nos hizo coincidir, conectar... Su pensamiento entraba en mi mente y mi deseo empapaba su cuerpo. Las lenguas se tocaban sin importar el extraño lugar en el que nos encontrábamos.
Un beso largo, respirándonos, jugando nuestras lenguas. Un beso calmado, un beso que nos permitía sentir y sentir más y más profundamente cada caricia y justo al final, una mirada. Un sonrisa cómplice y un "¿así que esto es besar a una mujer?" que me incitaban a seguir...
Estoy segura de que mis ojos empezaron a brillar, porque aquello no era besar a una mujer, aquello era el primer beso y mi deseo de besarla, de besarla todo el cuerpo y que supiera lo que era ser besada de verdad; lo que era ser besada no por una mujer, sino por mí...
Recorrí atrevida con la yema de mis dedos sus piernas por su lateral hasta chocar ya bajo la tela con el cordón que soporta el triangulo bordado que esconde su sexo y deslicé el tanga sin importarme ya nada. Y un segundo después sonreía al notar con mis dedos cómo su deseo mojaba su cuerpo. Probé su sabor ante su mirada curiosa y un segundo después mi boca lamía cada pliegue provocando que sus manos agarrasen mi pelo mientras su boca gemía una y otra vez sin control. Los temblores de sus piernas precedieron a ese momento que muchas mujeres desean sentir... ese momento en el que se derriten por dentro para dejar que un rio de placer inunde de deseo todo lo que le rodea... y fue mi regalo.
La tela del traje empapada, todo arrugado, todo sin sentido, dos cuerpos tirados medio desnudos, palpitantes ante...
— ¿y ahora qué?
— ¿ahora qué?
— En 20 minutos viene mi madre a ver cómo me queda el traje de novia... y yo... lo único que quiero es que sigas mirando mi pecho desnudo en ese espejo mientras se que llevarás puesto mi sostén...