Autoría:
Este texto nos lo ha enviado su autora Mari Ara para compartirlo también con nosotros.
Como curiosidad os diré que la foto es de la propia autora, algo que hace que esta publicación tenga incluso más intensidad
Si os gustó este relato encontraréis más en: blog: de las tres la peor de Mari Ara
Relato erótico:
A ciegas confío mi cuerpo, corazón y vida. En ese momento soy suya.
Le confío cada parte de mí, no necesita instrucciones, actúa de acuerdo a sus necesidades, tiene libre albedrío, mi cuerpo se entrega a sus deseos y complace los míos.
No existe porción sin andar, cada parte ha sido suya, cada segundo bien padecido, seducido y disfrutado.
Mis sentidos dispuestos a sus ganas de hacerme sentir, mis ojos tratando de observar todo de él, y cada vez rescato lo mismo “no me gusta”, de todos los hombres con los que estuve, él es el menos lindo, si bien es alto y erguido, su cuerpo no es escultural – el mío tampoco – su miembro no tan importante, los huesos de sus caderas demasiado chicos y sus pies huesudos, la piel a veces amarilla, y otras demasiado blanca, poco asexuado o bien me gusta demasiado hacerlo.
Sus pies a veces raspan, pero siempre rasurado, donde tiene que estarlo, excepto una vez que no tuvo previsto nuestro encuentro.
Aquella vez que me sorprendió de madrugada, cuando menos lo esperaba y el amanecer nos descubrió, frente a la atenta mirada de los primeros rayos del sol.
Esa madrugada que como otras tantas despedidas a esos encuentros, no podíamos dejarnos ir, y mientras ensayaba la salida de su auto, sin pudor alguno, sin miedo a la curiosa mirada de extraños o no tanto.
Lo miraba de lado porque si bien nos repetíamos los besos del adiós, él continuaba hablando, lo último que escuche, con media pierna fuera, parte de mi cuerpo aún pegado al suyo y mi alma suspendida en algún girón de la suya, “ya sé, sos sexy, si eso… muy sexy” sonreí, entorné mis parpados y salí del auto, pero jamás logré salir del laberinto de nuestras pasiones.
No volví a mirarlo, solo reaccione que eran las siete y media de la mañana y mi atuendo una campera camuflada verde que apenas tapaba mi cola y un par de texanas blancas cortas, nadie vería que debajo tenía algo así como un mini vestido de lycra negro que apenas cubría mis tetas.
No necesitaba más que eso, como tampoco necesitaba siquiera me penetre con su, para mí, pobre masculinidad.
Sus besos y la profundidad de sus miradas, eso sí que es la gloria, con solo mirarme y sentir su lengua recorrer mi boca, fundirse en la profundidad de mi boca, lamer el borde de los labios, recorrer mi cuello con su boca y todo de lo que ella sale, flores, espinas y un dulce néctar nacen de ella.
Y mientras me besa, sus dedos sin haber recorrido ningún otro lugar se dirigen directo a mi sexo, si llevo bombacha la corre desesperadamente, y acaricia con furia contenida mi clítoris mientras siento su lengua, saliva por mis labios, cuello hasta que se detienen endemoniados en las tetas.
Solo me dejo hacer y siento, su aroma, ese aroma que puedo reconocer aún a ciegas, en una oportunidad compartiendo una capacitación dictada por la empresa, nos teníamos que vendar los ojos y hacer las actividades que alguien guiaba, los dos en el mismo grupo, cada uno fue por su lado y a distinto tiempo, al cabo de minutos terminé pegada a su espalda mientras le preguntaba “Jo, sos vos?” sabiendo que era él, conociendo su aroma, y más que eso, el me atraía como un imán.
Ese día olvidando que parte del grupo estaba con los ojos descubiertos, me le pegue a su espalda y apoye mis tetas para que las sintiera a través de su ropa, una chomba y campera de algodón liviano. Cuando regresamos a nuestro sitio, se manifestó acalorado y quitó la campera.
Aquella madrugada, que creo fue la última de ese tipo de encuentros, mientras me besaba, acariciaba mi sexo e introducía sus dedos dentro mío, yo gemía, gritaba de placer, mi respiración entre cortada, tocando su sexo, queriendo llevarlo a mi boca, queriendo sentir el sabor de sus fluidos.
Me arrojó suavemente sobre la cama, unidos pegados, sin poder más que estar uno dentro, arriba, y para el otro, acercó su pene a mi cara y lo introdujo en mi boca, se movió aceleradamente, luego un poco más lento, mientras me penetraba en todos mis lados con sus dedos.
Quedó a mi vista su torso, la magia de sus gestos, ver el placer que le prodigaba al cogerme por mi boca. Lo escuche jadear, nunca lo había hecho, entendí que estaba a gusto, entregado al momento, a nuestro momento.
Mi pelvis se movía deliberadamente, buscando tener sus dedos dentro mío, y si los tenía quería alguno más y bien profundo.
Cuanto me gusta sentir su pija en mi boca, la suave piel, su curvatura, gracias a la cual encuentra a la perfección mi punto G y alguna vez hasta me hizo eyacular, primera y únicas veces han sido con él.
Junto a él he tenido muchas primeras veces, todas sin lugar a olvido.
Luego se acomodó sobre la cama y me guio ubicándome a horcajadas sobre su miembro, solo una vez él fue arriba, luego que probo el que yo lo cabalgue, se volvió adicto a esa postura, mira mis gestos, mientras me agarra las tetas, las acaricia, aprieta, besa, muerde.
Mientras gozamos enloquecidamente jugamos a que el tiempo no pasa, giramos. Andamos a gusto ajenas sabanas, lo siento sobre mí, necesito sentir su torso sobre el mío, lo guio a fundirnos y en un intento por no dejarlo escapar lo rodeo con mis piernas, presiono para que me penetre profundamente, sentir su suave jadeo en mis oídos, su incipiente barba raspar mi rostro, y sus labios recorrer mi cuello provocan el gozo mas pleno que he sentido.
No puedo más, todo en mí pide salir en un extenso grito. De pronto se aleja, tomando mis manos e invita sutilmente a experimentar otra posición, la más adecuada para darme por el culo. Me encanta, él no sabe que al único que le permito que lo haga es a él, porque me calienta, porque es puro placer sentir su suave miembro entrar y salir de mi cola.
Si tan solo supiera cuanto extraño el sabor de sus besos y el que me la de por el culo.
Siento que algo extraño posee mi ser, ya no me pertenezco, le pertenezco a mi deseo, se recuesta sobre la cama y vuelvo a cabalgar sobre su rica pija, no hago más que moverme descontroladamente, subir y bajar, dejar que se bamboleen a gusto mis tetas, mi cabeza se va hacia atrás, mientras grito, jadeo, me río y acabo, para por fin arrojarme en busca de uno de sus, ahora negados, besos.
Esta ultima vez no reaccione sobre su placer, desconozco si acabó y cuando lo hizo, me dio pudor. Me sentí endemoniada, temí haberlo asustado.
Solo percibí que estaba relajado, me acosté de lado, el solo se movió para extender su brazo derecho e indicar apoye mi cuello sobre éste. Habló, como de costumbre cada vez luego de cogernos, hablamos durante horas, y más allá del sexo prodigado, padecido y gozado, lo más sensual que existe entre nosotros son esas conversaciones, es algo así como sentir devorarnos con cada idea, pensamiento palabras sobre lo que sea que hablemos.
Él mientras hablamos acostumbra recorrer una parte de mi rostro, aquella mañana, halló una manchita en mi nariz, la cual solo ha descubierto mi cosmetóloga y él. La circundo con su dedo índice, el mismo que rato antes introdujo en mí, y en más de un lugar. Luego durante las horas que duro nuestra charla, ese dedo recorrió una y mil veces la extensión de mi pequeña nariz, recorrí con mis dedos, muy suavemente su ingle cubierta de vello y su frágil cadera. Esa piel tan suave como la de su miembro.
Por momentos, mientras hablamos juego a los ciclopes entonces enfoco la mirada de modo de hacer de sus ojos uno y siento que me mira con un único ojo, lo hago una y mil veces, a veces me pierdo en ese juego y no logro escuchar lo que me dice, entonces por temor a que me descubra, abandono al cíclope hago oído a sus monólogos y opino no siempre tomándolo muy enserio.
Más de una vez pienso en interrumpir esas conversaciones y bajar hasta su pija para devorarla sintiendo el sabor que quedo después de la arremetida. Si alguna vez repetimos encuentro quizá lo intente.
Quizá algún día, tarde o temprano se entere cuanto extraño sus besos, sus manos jugando con mis tetas entre otros lugares y la necesidad de que me la de por el culo, algún día se enterará que solo con él me gusta hacerlo por aquel lugar.
Es más cuando lo veo por la calle o en la empresa nos cruzamos, pienso que lo encerraría en el salón de mantenimiento y lo obligaría a cogerme solo por la cola.
A ciegas le he confiado mi cuerpo, corazón y vida, aún a sabiendas que más daño del que nos hacemos no nos vamos a hacer.
Mari Ara
Me gusta.Lo encuentro muy interesante.