— ¿Una cerveza?
Allí estaba, cómo todos los días, metida en aquella doble pantalla y con miles de números dando vueltas por delante de sus ojos. Siempre la primera en llegar y la última en irse.
Es viernes y esa mujer me gusta. Tiene fama de ser dura, borde y hasta inhumana, pero yo la veo justa, inflexible y mordaz y no es lo mismo. Creo que tengo suerte de trabajar con ella.
— Debería ac...
— Deberías — la interrumpo subiendo la voz — no sigas
Su risa ilumina su cara cambiando la expresión de agobiada a relajada
— Lo cierto es que tienes razón. Debería saber desconectar
— Es viernes, nada se moverá hasta el lunes, de hecho nada se mueve desde hace horas aparte de tu ordenador
— ¿Sabes una cosa?
— Dime
— Me encantaría que me hicieras olvidar
Dicen que la magia no existe pero yo si que creo en ella, creo en que está alrededor de las cosas más normales, que simplemente está en frases que dan vida, que las palabras mágicas abren puertas como la del olvido.
Me dirigí al perchero, descolgué la gabardina que allí estaba e invitándola a ponérsela dije
— No pararé hasta que tu vida comience con este recuerdo.
Sus pasos se acercaron a mi y dando un rápido giro y metiendo las manos por los brazos de la gabardina dejó que colocase la prenda delicadamente sobre sus hombros percibiendo el suave perfume a champú que su pelo desprendía. Bajé mis manos por sus brazos y pasé a su cintura empujándola suavemente hacia delante.
Nos sentamos en una mesa y la primera cerveza dejó paso a una conversación sencilla, a nuestro alrededor corbatas a medio desabrochar y pies cansados de llevar tacones hacía que nuestra presencia pasara desapercibida, eramos dos más entre esas cervezas que hablan del fin de semana.
Roces constantes de mis manos buscando las suyas, sonrisas y miradas que desean más de lo que pueden mostrar salían de lo más profundo de mi alma y algunas encontraban signos de ese olvido que buscaba y dejaban recuerdos de lo que para mi sería un comienzo de un nuevo cuento.
Al salir de aquel local solo dijo:
— Ahora que sólo te recuerdo a ti, quiero algo que recordar toda mi vida.
No se ella, pero yo si recordaré cómo entramos en mi casa: la puerta no se había cerrado y sus piernas escalaban las mías, mis manos en su culo sujetaban su cuerpo y cerramos la puerta con su espalda, golpeando su espalda contra las molduras. Al  "AUGG" le siguió una sonrisa y una carcajada al mirarnos y cuando los ojos se volvieron a cruzar vi tan dentro de ella que sentí su voz, me pedía romper su corazón, me pedía hacerla el amor y convertirla en otra mujer. Esa noche sólo seguí los dictados de esa voz que a través de su mirada escuchaba y la desnudé lentamente en aquella misma puerta. Lentamente. Apartando su media melena de los hombros y besando ese punto donde cuello y clavícula se unen, ese hoyuelo que se crea y que conecta directamente con la mente de una mujer. Su olor penetraba en mi mientras el sonido de su respiración se acompasaba con mis deseos.
Desabrochar la blusa fue fácil, porque la miraba a los ojos mientras sentía como su pecho subía y bajaba con la respiración y al sacar de la falda su parte baja sus ojos se cerraron, mis manos pasaron a ser las protagonistas de mis caricias y mientras una recorría su vientre la otra bajaba desde los hombros a recorrer los bordes de su ropa interior. A mis dedos le siguieron mis besos y mi lengua que lentamente empapaba su cuerpo incluso allí donde aún no llegaba. Su pecho se descubrió sin que yo hiciera otra cosa que besar su pecho. Su pequeño y duro pezón buscaba mis labios mientras mi mano disfrutaba apretando sus gemela contra su cuerpo y al salir de mi boca recorrían la cuenca de mis ojos, lentamente, dejándome sentir el latido del corazón que se aceleraba según mis manos bajaban ya la cremallera de la falda y se peleaban con el cierre.
Al caer la falda al suelo me alejé para mirarla. Casi un metro setenta subida aún en esos tacones, medias negras sin bordados hasta llegar a su parte más alta, muslos firmes, fruto de esos entrenamientos de gimnasio que le sirven de desahogo, una braga tipo coulotte que se ceñía a su cadera marcando cada curva en incluso dejándome intuir el recortado vello que esconde la fuente de ese olor que me enloquece. Es el momento de acercarse al salón, dejar que de un paso hacia mi, poner esa música que cada vez que suene en la radio provocará un lapsus en nuestras mentes y dejar que sienta ese cosquilleo mientras desabrocho ante ella mi camisa.
No tardó en llegar hasta donde yo estaba y sentir cómo su pecho chocaba contra mi cuerpo me hizo abrazarla y besarla nuevamente. Todo aún lento, segundo a segundo.
Las manos buscaban sin pudor alguno su cuerpo casi desnudo mientras las suyas recorrían mi sexo a través del pantalón. Mis dedos encontraron su vello justo cuando los suyos apretaban mi sexo con fuerza. Las lenguas se enredaban de nuevo y dejaban de hacerlo para dejarme arrodillar ante ella. Dejándome la visión de sus otros labios brillantes de deseo y palpitantes de excitación, rosados, limpios.... sucios...
Mi lengua provocó su primer grito ahogado, la presión de mis besos que sus dedos entrasen en mi pelo y aprisionase mi cara con sus piernas, que mi dedo, humedecido con su propio ser buscase acariciar su ano que sus ojos se abrieran de nuevo y que su respiración se acelerase. Dio un paso hacia atrás, quizá para resistir los pensamientos que no me dejaba oir, pero no tardó en volver a mirarme como en la entrada, sonriente, abierta de mentes y dispuesta a recibir a  mi cuerpo se giró y apoyo su pecho la fría mesa de cristal del salón y dejando su sexo a mis deseos, abriendo su cuerpo al mío que endurecido entraba en ella resbalando por las paredes de su cuerpo. Su mente me decía que llegara más al fondo, que los gemidos de placer eran más intensos que los que punzaban su cuerpo cuando mi cuerpo chocaba con el suyo.

 

Su melena en mis manos, despeinada, mostrando el cuello y mirando el reflejo que el mueble de madera brillante de la pared nos devolvía, esa silueta de dos amantes entregados al placer del sexo y porqué no decirlo, cruzando las almas.
Su cuerpo explotó antes que el mío, ayudado p
or mis manos y el mío fue detrás, sobre su cuerpo, quedando entre los besos y abrazos que siguieron.
El lunes su vida seguía las lineas tradicionales, su memoria se había recuperado, su vida seguiría al lado de su familia y yo seguiría saludando desde la puerta, como cualquier día, aunque ya se que siempre tendrá algo que recordar.